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Unión, o cambias o mueres

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La crisis sistémica italiana erosiona la confianza en el país transalpino y provoca temor. El problema de la UE es la desconfianza entre los gobiernos nacionales, así como entre la élite política y las opiniones públicas de los Estados miembros, agudizada por una propaganda falsa sobre Europa. En esto hay que ser claros: sobre los temas principales se decide por unanimidad, así que es falso el «nos lo pide Europa» con el que los gobiernos nacionales descargan sobre la UE el peso de decisiones impopulares. Lo que pide Europa ha sido aprobado por los gobiernos nacionales. Es incluso discutible que exista «la hegemonía alemana»: cuando se decide por mayoría el país que más a menudo queda en minoría es precisamente Alemania, por ejemplo en el Banco Central Europeo. Si acaso cuando se vota por unanimidad y un solo país puede bloquearlo todo, Alemania con frecuencia frena: es más un conductor del veto que un líder. Superar la unanimidad es por tanto crucial para relanzar Europa.

Luego se le pide a la UE que dé respuesta a desafíos en los que las políticas nacionales son ineficaces, pero para los que no tiene poderes adecuados. Eso ha creado excesivas expectativas que demuestran, sin embargo, la sed de Europa de los ciudadanos, en temas como el crecimiento o la inmigración. La UE tiene un presupuesto del 0,9% del PIB; sus Estados miembros, del 45-55%: en ausencia de recursos las respuestas europeas serán siempre insuficientes. Con ese falso relato los partidos supuestamente europeístas han abierto el camino a los partidos nacionalistas y antieuropeos.

La unión monetaria no puede funcionar bien sin la unión económica y política, pero Francia en Maastricht en 1992 se opuso con el fin de mantener su soberanía económica y fiscal, limitada solo por unos pocos parámetros para evitar comportamientos irresponsables que hiciesen saltar el euro: lo que se teme con un gobierno entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga en Italia.

Según el Informe McDougall de la Comisión europea, una unión económico-monetaria requiere un presupuesto del 5-7% del PIB para garantizar la convergencia y hacer frente a choques asimétricos. Después de la crisis de la deuda soberana, con la hoja de ruta (Blueprint) de la Comisión de 2011, con el informe de los cuatro presidentes de 2012 y con el de los cinco presidentes de 2015, las instituciones pidieron que se completase la unión monetaria con la bancaria, con la fiscal, con la económica y con la política. Desde el 2008 hasta el 2018 se han perdido diez años, dos legislaturas europeas. Las reformas realizadas se basan en la desconfianza, más dirigidas a un control recíproco –sobre las cuentas públicas con el Semestre Europeo, sobre los bancos con los mecanismos de supervisión y de resolución europeos–, en lugar de a la creación de un presupuesto y de instrumentos de acción comunes, como un presupuesto y unas arcas públicas federales basadas en una capacidad fiscal y de préstamo y un fondo europeo de garantía de depósitos bancarios. El Mecanismo Europeo de Estabilidad se gestiona como una sociedad de accionistas, da a Francia y a Alemania un poder de veto y una disponibilidad potencial del 5% del PIB: bastante para salvar un Estado pequeño, pero no uno grande.

La desconfianza que ha hecho imposible reformar la UE y la eurozona se la debemos en parte a Italia. Entramos en el euro con una deuda del 120% del PIB, como Bélgica. Con una reducción de los intereses favorecida por el euro, manteniendo impuestos y gastos sin cambios, sin austeridad u otros sacrificios, la deuda habría disminuido casi al 4% por año. Cuando estalló la crisis del 2008 la deuda belga había descendido al 87%; la italiana no, porque los gobiernos de centroderecha no la redujeron, dejando el cometido al centroizquierda. En 2011 Grecia tenía una deuda del 120% del PIB y no fue salvada porque Italia la tenía igual. Era suficiente el 2% del PIB de la eurozona para salvar a Grecia y evitar el contagio, pero era necesario el 20% para salvar a Italia, que por entonces se encontraba en el centro de todas las miradas por el escándalo del «bunga bunga» y por unas cuentas fuera de control. Berlusconi dimitió con la prima de riesgo a 575 puntos y con una deuda por encima del 120%. Ahora nuestra deuda está al 131% y la prima de riesgo se ha disparado, arrastrando las de los países del sur de Europa.

Esto explica por qué los mercados, los ahorradores, las empresas, las cancillerías tiemblan frente a la crisis sistémica italiana. El alto endeudamiento nos vuelve frágiles. Un ataque especulativo pondría de rodillas a Italia y al euro y depende tanto de las decisiones económicas concretas como de las expectativas sobre estas. Incluir en el boceto del contrato de gobierno la restructuración de la deuda pública y la posibilidad de salir del euro ha desencadenado el desplome de la bolsa y la colosal subida de la prima de riesgo, con un daño para los italianos de decenas de miles de millones en pocos días. Andrea Bonanni, que analiza los asuntos europeos desde hace años, sintetizaba el contrato de gobierno entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas como «destruir Italia para dañar Europa». Quien ha decidido compartir la casa con nosotros y ha invertido en ella se preocupa si alguno propone dejar sistemáticamente el gas abierto.

Que quede claro: tiene razón quien dice que el euro requiere la unión política. Pero preparar un plan B es una profecía que se cumple a sí misma: crea el riesgo y la expectativa de que sea utilizado, causa una fuga de capitales con daños enormes y lleva a la aplicación de facto del plan. Amenazar con la salida del euro mina la confianza entre socios, necesaria para reformar la UE y hacer la unión política. Es difícil compartir la soberanía, más aún con quien no está seguro de querer invertir en un futuro juntos y está listo para irse haciendo saltar todo. Por esto en la UE cuentan tanto las alianzas, los compromisos, la visión común y son contraproducentes las actitudes chantajistas. Nadie está dispuesto a dejarse chantajear creando peligrosos precedentes.

La crisis italiana vuelve más difícil llegar a un buen acuerdo sobre la reforma de la eurozona, sobre el presupuesto plurianual y sobre la cuestión migratoria en el Consejo Europeo de junio. Alemania está en plena bonanza y sus ciudadanos no entienden la urgencia de una reforma radical de la UE, pero su riqueza está mal distribuida y está llevando al Este, al partido de extrema derecha Alternativa por Alemania y a una parte de los «nacionalistas» de la derecha democristiana a auspiciar un sistema para la salida del euro pensando en ellos, pero también en nosotros. La salida de Italia del euro facilitaría los planes de la derecha nacionalista alemana. Porque para forzar al gobierno alemán a reformar la UE es necesaria una alianza entre Francia e Italia. Pero Sarkozy despreciaba a Berlusconi, luego Monti tuvo que evitarle al país la bancarrota, Letta, Renzi y Gentiloni chocaron contra la indisponibilidad de Hollande. Ahora lo intenta Macron, pero el retraso en la formación del gobierno alemán cuando en Italia había un gobierno europeísta hizo que se perdiera el momento. Las ocasiones perdidas a causa de los ciclos políticos nacionales han dado la idea de que la Unión no es reformable, pero no es así: se puede romper el círculo vicioso.

La clase dirigente de la Italia posbélica sabía que el interés nacional era la unificación europea, para dar estabilidad, modernizar y superar las fragilidades estructurales del país. Esta consciencia se ha desvanecido en quien habla de la salida del euro o del Italexit y se ha vuelto amnésico de todo lo que ocurrió en Grecia cuando corrieron el riesgo de salir (bolsa y bancos cerrados, cuentas bloqueadas, economía de rodillas).

Los europeos esperan comprender si esa consciencia existe todavía en los ciudadanos y en las clases dirigentes italianas. Con una Italia europeísta se podría aprobar una reforma profunda de la Unión. Con una Italia nacionalista, solo una reforma débil y de fachada. O radical, sin Italia.

Articolo pubblicato in italiano su L'Espresso il 3 giugno 2018 (non disponibile online). Tradotto in spagnolo e pubblicato su LA MIRADA EUROPEA il 16 giugno 2018

@RobertoCastaldi
Tradotto da Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

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