La UE tiene un peso incuestionable en los asuntos globales. Es el principal bloque comercial y representa alrededor de un 22 por ciento del PIB mundial, solo superado por EEUU con un 24 por ciento y por delante de China que supone alrededor de un 15. Además, fruto de su modelo social, esta riqueza se traduce en un notable nivel de bienestar para sus algo más de 500 millones de habitantes. Este bienestar es, de hecho, la gran fuente de poder blando de una UE que atrae y seduce sin siquiera proponérselo. Sin embargo, hay un profundo desequilibrio entre este nivel de seducción y peso en la economía global y la capacidad de Bruselas para proyectarse hacia el exterior, fijar agendas e incidir en acontecimientos y dinámicas que afectan a sus intereses, ya sean regionales o globales. La capacidad de la UE para pensar y actuar estratégicamente está, pues, en cuestión. Y con ella, la posibilidad de avanzar hacia una política exterior y de seguridad común.